Una mañana lluviosa me proponen un reto curioso: poner a pasear los deseos.
La primera imagen que se me presenta, sin pensar, es la de un laberinto. Mientras le pongo detalles, una revelación personal va aclarando por dentro; y cuando soy capaz de pronunciar cada una de las palabras que forma esa idea… el laberinto desaparece y el reto quizá cambia un poco. Pero vamos despacio, por partes. Primero el laberinto.
No es de esos que ayudan a una a buscar su centro, no; no es de esos. Este laberinto es amplio, grande, muy grande, con altos muros de setos enredados, tupidos, demasiado tupidos para dar pista alguna. Es de esos que tienen muchos caminos, demasiadas encrucijadas, caminos que terminan en muros y te devuelven una y otra vez al punto de partida, siempre a la entrada. Es de esos en los que una termina desesperada, aburrida, agotada, hundida… y se siente perdida, incapaz de salir por sí misma. Enredada. Deseando cosas estúpidas como tener visión de rayos X o medir 4 palmos más para ver por encima de los setos o tener el poder de chasquear los dedos y que aparezcas en la salida. Y cada vez te sientes más pequeña. Es de esos en los que anochece pronto y el suelo está embarrado. Una pesadilla, vamos.
Conforme la descripción va saliendo, una sonrisa se dibuja en mi cara y agradezco estar en el sofá. Pero una idea se va formando, uno de esos pensamientos que acallan mi mente por unos instantes. Una idea que revela algo personal: quizá durante demasiado tiempo he confundido “lo deseo» con “lo quiero»; como si lo redujera, como si el deseo perteneciera a la esfera de lo políticamente incorrecto.
A la par que voy tomando consciencia del calado de esta idea, de la profundidad, y antes de que surja un juicio rápido, asoma un mix. Una especie de foto frase… un último eco.
Nunca he querido correr, nunca lo he necesitado… pero quizá en el fondo siempre lo he deseado. Correr y gritar, libre, con las manos abiertas, con los brazos abiertos abrazando lo que llega, todo lo que llega.
Correr y gritar y guardar silencio… por una playa y escuchar las olas, solo las olas, y sentir la brisa en la cara, y en las manos, y en los brazos…
Correr y gritar y guardar silencio… por un campo de espigas altas y sentir con las yemas de los dedos el roce, la caricia de cada espiga, y sentir el sol en la cara y en los hombros…
Correr y gritar y guardar silencio… por un bosque, sorteando con facilidad cada árbol, y sentir en las manos el roce áspero de cada corteza, de cada caricia de cada tronco…
Y en cada escenario respirar, despacio y profundo… hasta escuchar solo mi corazón.
El reto termina para mí descubriendo quizá un deseo profundo de sentirme viva…
Sentirme viva, sentir que la vida respira en mi, late en mi… quizá es dejar que el deseo se pasee, recobre su lugar.
Pero solo quizá.
Simone