Me queda un tiempo breve
desde el que amar aún lo que no he comprendido.
Francisco Brines: Estos penúltimos días (La última costa)
Japón, año 2016.
Demasiado grande para ser una puerta, aunque sean tres, abiertas y con un tejado común. Nandai-mon es su nombre. Es la guardiana del templo Todaiji, en Nara, antigua capital imperial.
Si lo traducimos, el significado solamente habla de su ubicación y orientación geográfica: Gran puerta del Sur.
Así es esta puerta, magnífica, colosal, toda de madera, sin clavos, con columnas tan grandes que dos personas, con los brazos abiertos, no abarcan su perímetro.
En los soportales internos, dos grandes guerreros Agyo vigilan a los visitantes. A pesar de su quietud y de esa falta de alma que respiran, su imponente mirada asustaría a cualquier intruso con malas intenciones.
La mayor parte de las vigas que componen el entramado que sostiene el tejado están ahí desde el siglo XII. Con ellas, los constructores y carpinteros de la época compusieron un poema de lazos y abrazos entre maderas pulidas, ornadas con dibujos que recuerdan a la naturaleza en primavera.
Desde sus veinte metros de altura, este gran pórtico avisa al peregrino o visitante que tras ella le espera el templo que aloja al Buda Vairocana (Daibutsu), que brilla a lo largo del mundo como el sol. También le dice que, a partir de su umbral, el suelo es sagrado.
En los aledaños de esta puerta, hacen también suyo el suelo los sika, ciervos protegidos como un tesoro, mensajeros de los dioses, según el sintoísmo japonés.
Mucho debió ser el poder, también las riquezas y el temor a los dioses, para levantar un templo que es el edificio de madera más grande del mundo y, en su recinto, esta puerta que nada tiene de humilde.
La distancia al santuario y la ausencia de divinidades la acercan más a mi mirada y la hacen más accesible, más íntima.
Me detengo a pensar en todo aquello que desconozco. De lo que no conozco, no echo en falta los aspectos matemáticos, ni los químicos, ni la conjunción físico dinámica de las fuerzas. Me atraen más las materias que alargan la mirada.
Lo que puebla mis pensamientos en paz es lo que me habla de longevidad, de transcendencia, de misterio, de supervivencia a la finitud, de lo que está al servicio de la búsqueda y lo que abre paso a todo ello: por ejemplo, esta puerta llena de preguntas y respuestas.
Ante ella, recuerdo los versos de Brines y asumo la brevedad del tiempo que me queda para amar lo que aún no he comprendido.
Tomado de: https://enigmasparaelsilencio.blogspot.com