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RESISTIENDO AL TIEMPO (Isidoro Parra)

No es la puerta más importante ni la más famosa de Éfeso, ni la que tiene más significado o contenido histórico, pero situada ahí, en lo alto, abierta a la pregunta y a la distancia, me ha sobrecogido y no he podido pasar junto a ella sin interrogarme sobre esas piedras sometidas a los vientos del Mediterráneo, cargados a veces de arena, y a los que llegan de la cercana Asia.

Estamos en 2011 y tampoco sé a ciencia cierta si es una puerta o una ventana o el vano de una galería desde la que su autor y destinatario, Gayo Memmio, podía ver pasar la vida de la bulliciosa y culta Éfeso.

Memmio construyó el acueducto de Éfeso en el siglo I A.C. y, en reconocimiento suyo y de su obra, se decidió levantar un monumento en su honor, aunque dicen que los fondos para sufragar la obra los puso el propio Memmio.

Junto a esta puerta honró, con figuras que aún se conservan, a varios miembros de su familia, entre ellos su abuelo, el dictador Sila.

Poco sé de su vida, de su pensamiento, de sus obras o de la imagen que dejó en propios y extraños.

Por eso, me quedo con la arrogancia de este vano, de las piedras que lo definen. Mi mente quiere trasladarme al principio de nuestra era para ver un poquito de lo que aconteció en estas calles, sobre todo en ésta, ancha, que desembocaba en la gran biblioteca.

Desde esa plaza de Domiciano, se podía ver el trasiego de la vida que pasaba por sus calles: los gloriosos triunfos, las falsas derrotas -las ya conocidas y las que no tienen retorno-, los miedos reflejados en los rostros, los patricios, los mendigos, los sacerdotes y las putas, los estudiosos y los amigos de la espada.

Hoy, lo que queda de esa puerta, sostenida por los refuerzos que sujetan las piedras antiguas, es solamente un pálido recuerdo de lo que fue. Parece que se haya preservado para que recordemos la vanidad de los triunfadores, el tributo a los famosos que -aparentemente- ganaron la partida a los tiempos que les tocó vivir.

No dejo de admirar la arrogancia, el poderío y la belleza de este resto de nuestra historia, antigua pero también nuestra.

La veo recordándome que nada perdura tal como lo pensamos o lo creamos, que nada es eterno salvo las palabras verdaderas que nombran lo que fuimos y lo que hicimos.

Por eso, en silencio, presento mis respetos y saludo a lo que no me escucha, a todo lo que el tiempo mantiene oculto a mi alma, como el propio misterio.

El tiempo nos brinda treguas que encierran segundas intenciones, pero nunca las respeta, las utiliza para transformarte.

Tomado de ENIGMAS. RESISTIENDO AL TIEMPO