¿Qué recomienda el yoga y la espiritualidad hindú como antídotos contra la queja? En este artículo lo abordamos desde el concepto de tapas, especialmente en su vertiente verbal.
Hace treinta años el escritor Robert Hughes publicó «La cultura de la queja», acerca de la decadencia norteamericana en materia de política y cultura. No leí el libro, pero el título me pareció adecuado para también etiquetar a nuestra sociedad actual y, además, hoy me sirve para abrir un tema que, intuyo, al lector le suena familiar: la recurrente lamentación de que las cosas no son como nos gustaría que fueran.
¡Atención! No estamos entrando en el juicio de si esas cosas deberían cambiar o no, y simplemente analizaremos el proceso mental que manifiesta resistencia y desazón ante la realidad -a menudo inmodificable- tal cual es, y aun cuando existe posibilidad de cambio, nos obstruye y paraliza de realizar cualquier esfuerzo personal para solucionar el motivo de nuestra queja.
No hace falta leer el libro citado para convenir que todas las personas nos quejamos bastante, por no decir mucho, cada día. De ahí que hayan surgido infinidad de iniciativas con el lema «21 días sin quejas» o, de forma más ingeniosa, la idea de restringir las quejas cada año durante febrero, aprovechando que es el mes más corto. El objetivo: «una vida más feliz y positiva». Por lo que he buscado hay pocos (o ningún) estudios científicos fiables de cómo afecta al cerebro humano el quejarse.
La experiencia personal nos dice que quejarnos nos otorga cierto placer efímero que, como regla general, no modifica la causa de nuestro sufrimiento. Tal como hablamos aquí, quejarse no sería lo mismo que desahogarse para sacarse un peso de encima o que protestar o reclamar para modificar una situación.
Sobre la resistencia a lo que está pasando, en uno de sus discursos, Swami Premananda dice:
«Pensamos que, si en nuestras mentes hacemos un drama interno y una gran historia sobre lo que ha pasado, entonces podremos cambiarlo. Pero eso es una locura, ¿no es así?».
De la misma forma, como sabemos (o deberíamos saber), la queja -ya sea externalizada o no- por el clima, por la forma de ser de mi pareja o porque suena el despertador, no modificará los hechos, ni tampoco me dará beneficios o alivio a mediano plazo.
Así como darle un mordisco nocturno al tentador trozo de pizza de la nevera no suele redundar en satisfacción duradera, el quejarse solamente otorga el subidón de una estimulación energética que, luego, se convertirá en carencia.
Entonces, ¿qué nos dice la Filosofía del Yoga sobre la queja? Hoy lo quiero abordar desde la cualidad de tapas, que vamos a traducir como «austeridad, voluntad, disciplina o esfuerzo».
Si leemos el comentario de Vyāsa al famoso Yogasūtra (2.32), el sabio dice:
«tapas se logra soportando las situaciones extremas»
Por «situaciones extremas» se enumeran como ejemplos: hambre y sed, calor y frío, postura de pie o sentada y silencio total (kāṣṭha-mauna) o silencio verbal (ākāra-mauna). Además, en el catálogo tradicional, se incluyen ayunos, ascetismo y hasta mortificaciones. Pero lo que más nos interesa hoy es la parte del silencio.
Por motivos amplios y profundos, mantener el silencio es una recomendación difundida en el sendero yóguico, y cuando hablamos específicamente de la queja, abstenerse de verbalizarla es considerado un acto de tapas. Es una acción que necesita y denota autocontrol, ya que hay un deseo de quejarse porque, como dijimos, hacerlo nos genera placer, aunque rara vez consecuencias positivas.
Como afirma célebremente la Kaṭha Upaniṣad:
«Lo agradable es una cosa, lo mejor es otra».
En Bhagavad Gītā, Srī Krishna nos enseña sobre tapas o «austeridad del habla» (17.15):
«Se llama tapas del habla a la palabra que no provoca excitación, es veraz, agradable y benéfica».
Claramente, una queja va en contra de estos requisitos pues siempre nos genera agitación, tiende a la exageración, no agrada a nadie y da resultados desfavorables.
Hablando de tapas, en su comentario al Yogasūtra, el sanscritista Òscar Pujol refiere a una upaniṣad que «afirma que el ascetismo supremo es el hecho de sobrellevar la enfermedad sin caer en la desesperación».
Efectivamente esa cita aparece en Bṛhadāraṇyaka Up. (5.11.1) y nos muestra hasta qué punto llega la idea tradicional de suprimir la queja. Es como decir que incluso cuando está justificado es mejor no quejarse.
Por supuesto, esta estoica forma de actuar no puede llevarse a cabo de forma completa si no viene acompañada de otras cualidades yóguicas cruciales como la ecuanimidad, la gratitud y la entrega a lo Divino.
En cualquier caso, y como metodología básica, es bueno que antes de emitir una queja nos preguntemos: ¿para qué sirve decir esto? O todavía más personal, ¿esto me aporta algún beneficio real?
Si la respuesta es positiva, entonces la queja puede ser necesaria (son casos raros). En general nos callaremos y así practicaremos lo que Vyāsa llama silencio verbal o formal (ākāra-mauna), pues por dentro seguimos en actitud quejosa. De todos modos, este es el primer paso.
Si queremos profundizar, entonces tenemos que escudriñar por dentro y atrapar las quejas que flotan por nuestra mente, a veces sin que nos demos cuenta. Acallar estas quejas internas sería el segundo paso, que se corresponde con el silencio total (kāṣṭha-mauna) de Vyāsa, que literalmente significa estar «callado como un tronco». Esta imagen hay que entenderla de forma positiva, en referencia a la impasibilidad frente a aquello que me incomoda.
Justamente estaba leyendo la biografía de la santa contemporánea Mata Amritanandamayi y de cómo al inicio de su misión espiritual a finales de los años 1970 sus pocos discípulos vivían en un gran estado de renuncia material y falta de confort. Para darles ánimo, Amma les decía:
«Si podéis soportar estas condiciones de vida, os sentiréis cómodos en todas partes».
Extrapolando con sentido común este ejemplo a nuestro tema de hoy, si podemos no quejarnos cuando hay incomodidad, entonces gradual y sutilmente estamos ampliando el umbral de nuestra comodidad. Es decir, cada vez habrá más situaciones en que nos podamos sentir confortables y satisfechos.
Si esta actitud se ampliara al 100%, entonces sería el paraíso. Un hecho muy cierto es que, cada vez que nos quejamos, no estamos en el paraíso. Al menos desde nuestra experiencia subjetiva, pues como ya dicen los sabios de la antigüedad, «nuestro pensamiento es nuestro mundo» (Maitrī Upaniṣad., 6.34).
Hace poco me propuse no quejarme durante todo un día, y luego extendí el desafío a dos días, al cabo de los cuales me sentí muy orgulloso de mi esfuerzo y mis logros, que yo calculaba de alrededor de un 80% de efectividad.
Entonces, ya en la cama a punto de dormir, Hánsika me dijo, como casualmente, «llevas un par de días bastante intenso con tus comentarios» y desmoronó a los suelos mi percepción de los hechos. Eso me sirvió para darme cuenta, entre otras cosas, de que uno se queja mucho más de lo que cree.
Que la lectura y escucha repetida de las enseñanzas yóguicas nos sirvan para limpiar nuestra visión y desarrollar comodidad a pesar de todo, simplemente por saber reconocer la plenitud que ya somos.
Naren Herrero
Tomado de https://hijodevecino.net/2023/07/25/tapas-en-la-sociedad-de-la-queja