Transmutar es una palabra nueva que resuena con fuerza. Su significado en Wikipedia me abre todas mis susceptibilidades, dibuja prejuicios y barreras y se amplifican las señales de peligro, a pesar de su simplicidad: “transformación”. Y me pregunto por qué a mí se me corta por un segundo la respiración al escucharla.
Cuando buceo en internet buscando, encuentro muchas cosas. Pero me quedo con aquello de “transformar la energía”. Y algo me late con fuerza por dentro, con un sonido seco y fuerte.
A través de la intuición, del silencio, de rozar aquello que me va surgiendo por dentro, voy tomando consciencia de que somos energía y de que cada acontecimiento, cada suceso, cada pensamiento que tenemos, que escuchamos, que expresamos, que pronunciamos, que callamos, genera en cada cual una cantidad indeterminada de energía.
La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. Algo que me queda desde primaria, y que no se olvida. Hoy resuena diferente. Me da las pistas para descubrir que la energía fluye, llega a una y sale de nuevo, desde que se va abriendo mi horizonte, desde el silencio, en mis gestos, en mis palabras, en mis silencios, en todo lo que siento, más allá de lo más aparente.
Pero también tengo la sensación de que hay una cantidad, hay un tipo de vivencias que dejan en una algo que no termina de abandonarnos. Quizás nos agarramos nosotros, quizás se agarra y se apega ella a nuestras entrañas. Pero hay una cantidad de energía inseminada que se vuelve densa por dentro, que pesa y una no sabe cómo sacudirla, esta atorada y puede llegar a ahogar, a estrangular los deseos, a impedir el paso del aire que entra, que apaga las sonrisas y niega las ganas de vivir…
Descubrir que lo necesario es que transmute, es abrir una ventana.
Y en ese momento la palabra deja de ser un concepto más o menos aprendido y pasa a ser una experiencia en proceso que empieza a dejarse sentir en mí.
Y algo me dice que no debo enredarme, sino que tengo que buscar entretenerme, porque la diferencia radica en que la segunda tiene una carga especial de placer y de disfrute, y tiene muy poco que ver con las sensaciones de estar perdida.
Transmutar me pone frente a frente a las experiencias de sentir sin dejarme lugares a los que huir, no porque me lo impida o me niegue salidas, sino porque dejan de ser una opción elegida por mí.
Transmutar me abre a la energía como fuente de vida, consciente de la necesidad de beber de esa agua que sacia y que genera un manantial en una, tímido en principio, quizás eterno en otro tiempo.
Transmutar me lleva a escuchar mi cuerpo como nunca lo había hecho. Me abre a la consciencia, a lo que se da por añadidura, a ver que la comprensión es hoy como aquel camello que tiene que pasar por el ojo de una aguja, para que mi mente pueda funcionar en el día a día y pueda poner palabras en mi boca para hablar de esta aventura.
Transmutar me abre a descubrir que todas las palabras son grandes porque son vida, porque construyen y arrastran vida. Me enseña a mirar con las yemas de mis dedos y a sentir con mis ojos cerrados. Me muestra la vida sin barreras ni fronteras, ni siquiera mi piel me separa de quien está cerca o lejos de mí. Me muestra la esencia de lo que somos. Me sobresalta cuando en la consciencia se abren nuevas ventanas a paisajes nuevos o viejos, y lo mirado se transforma en sorpresa. Me enseña a aceptar día a día que haber llegado hasta aquí es de supervivientes. Y en mí es un don. Y que quizás es algo que debo recordármelo cada día, pero que todo tiene su tiempo concreto. Me ayuda a entender que la pasión que busco está mucho más cerca.
Y no me quita los miedos, no elimina las resistencias y sigue abriéndome a la “locura”…
Pero transmutar también me abre a una consciencia ampliada, en la que no puedo ni sé cómo sostener la resistencia. Ésta se vuelve inútil, casi transparente, es como si se difuminara, perdiendo peso y densidad…
Me llama a mirar las manos como hacedoras de milagros, a que a través de ellas mi cuerpo puede encontrar una forma distinta de expresar. Me lleva a buscar la vibración en cada cosa que toco, a tener presente el vacío que unifica lo sólido de la materia que tengo frente a mí o en mis manos.
Me desborda, se desparrama, me asusta, me tiene convulsa, confundida… Es como estar montada en un viaje constante de montaña rusa; sigo temiendo cada cuesta abajo, sigue produciéndome un vértigo horrible. ¡Pero disfruto tanto! Tanto de cada una de las vistas, de la libertad, de respeto… Tanto, tanto, que asusta. Pero no es un mal susto.
Sonia Goyeneche