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UNA FORMA DE DECIR ADIÓS (Simone)

Unas tras otros nos van dejando. Abuelas, amigos, vecinas…

Ella ha sido una de tantas. Se topó con el virus, empezó una batalla, pero perdió. Como él, y como ella, y como tantas otras y tantos otros… Poco a poco, solas, solos, en silencio, despacio… Perdiendo las fuerzas, el ansia, esta forma concreta de vivir que tenemos las personas…

Y van dejando tras de sí un chorreo de impotencia, de lágrimas y de rabietas que difícilmente en la distancia se pueden acompañar y sostener.

Y como niñas y niños pequeños nos agarramos a los recuerdos. Hacemos memoria y nos esforzamos por grabar en nuestra retina la última vez que le vimos, la última comida que compartimos, las últimas palabras que nos dirigimos…

Y a la par hacemos verdaderos esfuerzos por borrar de nuestra memoria aquellos últimos momentos en los que le vimos alejarse por el pasillo, en la camilla, con la mascarilla, las batas del hospital… Todo muy aséptico pero a la vez muy frío; ellas, ellos, haciendo esfuerzos por respirar, solamente respirar; y nosotras a su lado, al otro lado del pasillo, intentando encoger la angustia y el miedo que nos devora por dentro y mandar por el corredor nuestros ánimos, nuestra mejor sonrisa y una promesa velada de “pronto nos veremos”, agarradas a nuestras madres, hermanas, con los guantes puestos y apoyando nuestras cabezas en los suspiros al aire.

Buscando ese algo que nos sostenga.

Una creencia no estaría mal. Una esperanza es una posibilidad. Una ilusión estaría bien. Algo, lo que sea, para agarrarnos en ese momento que parece que todo desaparece.

Pero cuando la vida se escapa, esta vida que conocemos y este cuerpo -expresión y concreción de lo que somos- se apaga, solo nos queda esperar. Esperar y confiar.

Habrá un tiempo en que nos dejaremos atrapar por cierta angustia y dejaremos lugar a la tristeza. El duelo habrá que vivirlo, solas y acompañados. Y acompañando. Y habrá que respirar.

Habrá que seguir respirando, dejando cada día un poco más espacio a que la vida siga dándonos la compresión. Pero llegará en un momento. Y tendremos que vivir atentas, atentos, para que no pase de largo ese instante, efímero y eterno a la vez.

Habrá que descubrir que nuestros pies nos sostienen, también nuestras manos y también nuestras lágrimas y nuestras palabras.

Y aunque mucha gente dice que todo volverá a la normalidad, no es verdad. Ya nada será como antes, nada será igual.

Nunca vuelven los tiempos pasados.

Algo se acaba. Algo se muere… Pero algo nuevo nacerá, eso también es seguro. Aunque hoy por hoy las pérdidas y el miedo nos cieguen o tan solo nos nublen la vista.

Y mientras tanto, mientras esto llega, seguiremos respirando, conscientes de que la vida late dentro de nosotras y de nosotros…

(Viernes Santo. Casi 34.000 muertos. Varias y varios conocidos)

Simone