Hay muchas frases de esas motivadoras y bonitas, enmarcadas en una foto igualmente evocadora. Algunas conectan de alguna manera con nosotras de forma especial, otras pasan desapercibidas; algunas dibujan sonrisas y otras nos dejan indiferentes; con algunas nos limitamos a decir un amén, así sea… pero con otras, con otras algo nos pasa por dentro.
Esta la vi en el estado de WhatsApp de una amiga. Y me llamó poderosamente la atención. Al principio no supe por qué, pero me sentí removida, con cierta incomodidad. Y enseguida comprendí por qué.
A mí no me ocurre lo que dice.
Puedo alimentar mi alma de amor, de silencio, de quietud o sembrar calma por dentro, pero mis miedos, ¡ellos no se mueren de hambre nunca!
Aunque me sé y me siento sostenida por el silencio, mis miedos permanecen, no se mueren ni de hambre ni de sed ni de aburrimiento ni de soledad…
Simplemente permanecen.
Voy aprendiendo a quitarles poder, pero aun así sé que no morirán.
Voy descubriendo que en cierto grado son necesarios, me ayudan a estar alerta y me advierten en cuanto intento volver a dejarme dominar por ellos. Son un buen chivato.
Voy descubriendo que “ser necesarios” no significa que tenga que alimentarlos ni mimarlos, ni darles demasiado espacio, ni dedicarles demasiado tiempo… pero sí que es preciso escucharlos.
Un cierto grado de miedo me habla de mi vulnerabilidad, de cuál es la forma de escucharla y la necesidad de darle lugar y poder. La vulnerabilidad nos hace humanas, humanos.
Un cierto grado de miedo me guía al soltar mis caminos y aventurarme allá donde no hay dónde agarrarse.
Un cierto grado de miedo equilibra mis pasos y me hace estar atenta, mirar dónde y cómo pongo mis pies en el suelo; me ayuda a dar otra perspectiva a las situaciones, me ayuda a tomar distancia.
El miedo me ayuda a transforma mi mirada.
¡No! Mis miedos no solo no mueren de hambre, sino que permanecen… y eso es bueno. Me recuerda que lo que siempre he tenido entre las manos no era una carga ni un lastre lleno de miedos, sino vida, con todo lo que es.
Solo me queda esperar poder ir aprendiendo a transformar mis miedos en danzas, a incorporar luces y sombras; las unas no existen sin las otras. Aprender a no oponer resistencias. Aprender a descubrir el miedo como fuente de energía, como principio, como empuje o como desafío.
Simone