Inspirar…
Suspirar…
Dos palabras que últimamente me suenan por dentro a modo de eco, casi como si me invitasen a descubrir el secreto que esconden, para mí, en este momento de mi vida.
Siempre decimos que tenemos problemas con el lenguaje, que no sabemos expresar experiencias, pero en el fondo, aunque nos cueste reconocerlo, no tienen la culpa las palabras porque ya está todo escrito y todo inventado. El problema es que cuando pones palabras a algo vivido con sentido parece que lo encoges, que lo reduces, incluso las admiraciones son sólo rejas de la celda en la que creemos estar.
Ya no sé si necesito inventar nada. Solo tengo que encontrar… esa palabra.
Un día de otoño, paseando por entre los árboles que perdían suavemente las hojas, me vino a la mente una palabra, como si una brisa suave la hubiera mecido hasta mi mente. Incluso ésta estaba sorprendida y se preguntaba el para qué, ya que no parecía muy útil a las cavilaciones que en ese momento llenaban mi cabeza.
Así que solo para relajarla y que no creara un hilo rumiante (de esos que terminan desgastando mogollón) miré en Wikipedia qué significaba. Y encontré varias acepciones:
- inspirar como parte de la respiración, ese llevar, llenar de aire los pulmones, lo más vital, movimiento…
- inspirar como mover o motivar a algo, causar una impresión, sensación o sentimiento, un empuje para crear, abrir la visión para ver diferente, tener influencia, iluminar…
- inspirar como sinónimo de la revelación de Dios, como la forma como se comunica con los humanos…
Y dejo pasar el tiempo, pero la palabrita vuelve una y otra vez. Cuando surge de nuevo inspirar mi mente no se remueve y entonces el suspiro hace aparición como deseo y anhelo, pero también como expresión de paz.
Inspirar y suspirar.
Ese llenarnos de la vida, de esa vida única… como el recién nacido que tiene que ser animado y empujado, sostenido y elevado, zarandeado para empezar esta vida con un grito, con un lamento, inspirando y llenando sus pulmones pequeñitos, descubriendo una fuerza que lo va a impulsar el resto de su vida… durante la cual inspirar se vuelve rutina más o menos consciente; hasta ese día en que sus pulmones vuelvan a sentirse vacíos e intentar llenarlos se vuelva esfuerzo, y agota, y cansa, y el aire ya no puede ser robado, y todo se acaba, y el cuerpo fallece… todo parece que deja de estar iluminado.
Inspirar y suspirar.
Como el poeta que coge las palabras y, como si fueran dados, las tira al aire y las deja caer sobre las hojas en blanco. Y mira las palabras y las toquetea y las retoca. Y a veces llora o grita o ríe a carcajadas o patalea… hasta que se rinde y en un momento dado lo ve. Y coge con mimo cada palabra y las vuelve a colocar a modo de piezas de puzzles, en esa imagen que solo él ve, formando esa belleza que todos van a contemplar. Casi como si fuera un juego.
O como el escultor que toma un tocón basto de madera y se acerca y se aleja, y lo roza con la yema de sus dedos, y lo huele, y espera y espera… hasta que llega esa imagen, esa palabra, y lo ve. Y coge la herramienta empezando a liberar lo que tan solo un poco antes estaba atrapado entre una maraña de astillas, protegido de la mirada.
Inspirar y suspirar.
Como si fuese una voz, un susurro, un zarandeado, un grito, un silencio prolongado… Unas personas dirán que Dios no habla porque no tiene boca, otras que nunca calla y que somos incapaces de escucharlo, otras que su voz es tan sutil como el aire que respiramos en cada bocanada y que se nos pasa desapercibido porque andamos enredadas en mil cosas.
Poco importa.
Son solo palabras.
Pero qué bonitas… inspirar, suspirar.
Y a ti, ¿te dicen algo?
Simone