Eso del camino espiritual del que todos hablan a mí a veces me hace un lío, porque me siento surcada por varias veredas empinadas y estrechas que van y vuelven y a veces me despistan y me enredan. No hay un solo camino. Y esto a veces me confunde, y me siento algo perdida… pero a veces, en ese estado, estoy más abierta a que las cosas me sorprendan y dibujen sonrisas, no solo en mi cara.
Una de esas sorpresas ha sido un librito de apenas 74 páginas con el que me he topado este verano, y ha sido un verdadero regalo. Se llama “Pequeña teología de la lentitud», de José Tolentino.
Y esta joya habla de recuperar algo tan sencillo como es el arte como expresión creativa, de hacer de lo cotidiano una aventura novedosa; recuperar el arte de contemplar la vida desde el gozo y la alegría, transitándola incluso por la angustia y el dolor.
Apenas unas líneas para dar las pistas de cómo vivir en una presencia atenta, para ofrecer unas pistas para encaminar nuestros pasos a nuevos aprendizajes, que sustituyen los viejos hábitos de siempre que nos entumecen y nos anestesian. Vamos siempre demasiado deprisa; tenemos que descubrir la grandeza de la lentitud…
Lentitud que pasa, que forma parte de re-conocer…
Re-conocer nuestra capacidad de agradecer lo que no nos dan y lo que recibimos sin pedir.
Re-conocer el perdón como declaración unilateral de esperanza, que enmudece la voz de la venganza y cree en la posibilidad de la transformación.
Re-conocer la espera como marco de sentido, como oportunidad abierta; que tenemos necesidad de un arte que nos cuestione y nos abra a formas de relacionarnos con la otra, con el otro, a veces atrapado en laberintos de sufrimiento, a través del cuidado.
Re-conocer que detrás de la palabra habitar aguarda la experiencia de la vida que desborda; que contemplar no es tan simple como mirar o llegar a ver, que tiene que ver con comprender, con acoger y que hay que descubrir hasta dónde.
Re-conocer la necesidad de practicar, de la perseverancia, el hábito de no tirar la toalla, de valorar los errores; que podemos ir al encuentro de lo que se pierde, con cada elección, con cada decisión.
Re-conocer el arte de la felicidad, de la gratitud, de escuchar nuestros deseos, nuestras intuiciones y también las de las demás personas.
Re-conocer la alegría no solo como estado de ánimo, sino como capacidad de asombro, como posibilidad de gozo, como expresión profunda de ser… Alegría que es singular, que no puede ser poseída, que no le pertenece a nadie… simplemente irrumpe y nos atraviesa.
Re-conocer la compasión, ante quien grita y quien sufre; compasión que es escucha, es sintonía, es gesto, es permanecer, es ejercicio de compartir y sabiduría de resistir el impulso de la imposible fusión…
Re-conocer que la muerte nos abre a la necesidad de reubicarnos ante el misterio que somos y ante la vida; y nos conduce a aprender a proteger la fragilidad y a reencontrar (encontrar algo quizá perdido u olvidado) un hilo de sentido por ínfimo que sea.
Re-conocer con la verdad silenciada y escondida, en apariencia, de no saber… Aprender a dejarnos desconcertar, a sentirnos atraídas y atraídos por los colores, los olores de un paisaje, a pararnos ante las nubes… o a no apresurarnos a poner nombre a aquello que está ante nuestros ojos.
Re-conocer el arte de la lentitud, como oportunidad para desaprender lo que, aunque nos ha costado dominar, ya no nos es útil, y aprender de nuevo, o que nos ayuda a conectar con lo profundo, con lo que es.
Lentitud que es atención, que es contemplación, que es caminar con los ojos abiertos, que es caer en la cuenta en lo que pasa desapercibido, que es ejercicio de aceptar y soltar.
Lentitud que deja en segundo plano nuestra mente rebelde (llena de monos ruidosos) y acoge el silencio como lugar de movimiento.
Me ha gustado mucho el libro, me parece muy práctico, muy sencillo, un verdadero regalo; uno de esos regalos que gustan compartir porque generan posibilidades y oportunidades, porque abren horizontes.
Una gozada. Gracias Sr. Tolentino, todo un placer conocerle.
Simone