Recuerdos de la infancia. Años 50. Nos decían que a los 7 años nos entraba el uso de razón. Con tal motivo te llevaban al colegio y hacías la primera comunión.
Era verdad eso del “uso de razón” porque a esa edad, más o menos, parece que se encendiera una luz. ¿Habéis tenido ocasión de comprobarlo en hijas o nietos?
Hasta esa edad se ha ido formando el “yo” entre necesidades básicas, juguetes y juegos, mucho amor y muchos abrazos y besos. Pero a los 7 años se cae algún velo y el niño o la niña se empieza a dar cuenta de que está ahí y que puede pensarse a sí mismo, a sí misma. Es decir, puede hacer de su yo y de la mente que lo ha venido soportando un objeto a contemplar. De una forma simple y poco consciente al principio, pero ahí comienza el recorrido vital.
Acompañan a estos descubrimientos los terrores nocturnos, los miedos, las primeras noticias y sensaciones de la muerte.
Tras fraguarse todo este tinglado, en los años siguientes llegará la adolescencia. Gran follón. Por un lado el yo, el ego, con sus múltiples y urgentes necesidades de autoafirmación, reconocimiento y valoración exterior, aceptación del cuerpo y sus limitaciones, la familia siempre tan impositiva y delirante que le ha tocado…
Pero hay dos cosas que empieza a tener claras: que él o ella ES, es decir, está por aquí, tiene vida. La segunda cosa es que su vida no es como la de los vegetales o animales. Tiene dentro de sí, fuera o debajo o detrás de su mente y toda su parafernalia, algo así como una perla, a la que, de momento, le vamos a llamar consciencia con “s” para diferenciarla de la conciencia moral.
Su vida sigue. Tendrá que cuidar su ego con el estudio, la reflexión, dominar sus deseos y sentimientos, aprender a mandar en su persona. No dejarse llevar por la mente y las fuerzas controladoras exteriores. Pero, además, tendrá que observar su perla que demanda sentido: estamos de acuerdo en que ES y en que tiene “razón” y en que tiene la perla, pero todo ello para qué, por qué.
Las respuestas en este momento pueden ser muchas, algunas muy totalitarias y absorbentes: descubre una ideología o una religión que le ofrece todo el paquete de respuestas, o se enamora y ya todo tiene su sentido de por vida, o eso parece, o simplemente vive distraída o enajenado en alguna de las mil cosas que el entorno le ofrece para ello.
Hasta acabar la adolescencia (dicen que a los 30 años) y comenzar el camino de la comprensión, del despertar. Comprende que la respuesta tan buscada no está fuera de sí, comprende que tiene la vida regalada (por gracia y gracia agradable, gratuita y graciosa) y que tiene la perla, que le llevará a comprender que ES y que ES en comunión, síntesis, simbiosis o como queráis en el SER.
No hay que olvidar que el SER no es un ente como nosotros. Es antes un verbo que un sustantivo. Se ES siendo.
La Buena Noticia, pues, es que tenemos la perla. Que el sentido y las explicaciones están dentro de nosotras y nosotros. Que la vida, como decimos, es un regalo. Con su lado oscuro, con el dolor, con las limitaciones de este momento de su expansión. Todo es Vida. Y toca aceptarla agradecidas, agradecidos.
Y la perla nos induce unos anhelos de infinitud, de Plenitud, de otro modo de vivir.
Nada sabemos de lo que ocurre tras la muerte. Ciertamente nuestro ego, la mente, etc. desaparecen, ¿pero el anhelo? ¿Cómo anhelar lo que no es conocido?
La vida, así vivida desde la espiritualidad (nombre que solemos dar a la perla), es consciencia, anhelo y recuerdo. O al menos parece que cuando tomamos consciencia de nuestro ser profundo estamos recordando aquello que ya fuimos (toda la mística sufí se basa en este concepto del recuerdo). En lo profundo de nuestra vida se funde el pasado (recuerdo) con el futuro (anhelo) en el presente que es la Plenitud.
El silencio gratuito, sin objetivo ni finalidades, nos sumerge en ese presente. Y allí descubrimos muchas cosas, como los valores que queremos vivir, la sencillez, la escasa necesidad, el deseo controlado, la felicidad, la compasión…
Es otro mundo. Tomar consciencia de nuestro Ser profundo y de nuestro yo superficial. Saber mantener el diálogo y el equilibrio entre los dos. Indagar en nuestra mente, pero sobre todo en el silencio. Escuchar al maestro interior. Descubrir otra dimensión de Plenitud, de Vacío. Valorar desde allí el regalo de la vida, el regalo de Ser.
Dar oído a nuestro recuerdo, evitando el olvido del Ser.
Dar espacio a nuestro anhelo.
Somos el ego, ciertamente, formado en nuestra historia, personal, familiar y genética, pero somos algo más.
Descubrirlo, vivenciarlo, saborearlo.
No es cuestión de fe ni de nuevas creencias que sustituyan a las que mantuvimos mucho tiempo. Es cuestión de indagación, de autocuidado, de comprensión. Caer en la cuenta, darse cuenta de que somos.
Yo soy el que soy.
Y desde toda esa Realidad nacerá la acción correcta que hemos de llevar a cabo para sostener la otra pata, la de la compasión.
Son Buenas noticias. Saber leerlas, sin esfuerzo, con gratuidad y gratitud, es la oportunidad de la vida que se nos ha regalado.
Jon Ander