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LA MISMIDAD INALCANZABLE (Jon Ander)

“La pregunta no es ¿quién soy yo? sino ¿quién quiere saberlo?” Esta es la frase que encabeza estos días el blog de Emma Vázquez, que sigo con frecuencia.

He de reconocer que la doble pregunta ha suscitado en mi interior algunas cuestiones.

Cuestiones ya conocidas y remugadas una y otra vez en charlas, artículos, meditaciones de todo tipo. Pero es muy distinto conocer, aprender, saber algo, que saborearlo, vivenciarlo, existenciarlo y serlo.

Como digo, alrededor de estas preguntas y de otras reflexiones de estos días algo se ha removido en mí. Ya sé que lo sabía, que a todas y a todos nos suena, pero me ha tocado.

Todo se juega en el diálogo conmigo mismo. Y conozco las metáforas de la pantalla y la película, de la forma y el fondo, de la ola y el mar. Y me sé, porque los he vivido, los mitos del alma y el cuerpo, de la cohabitación del Espíritu en el interior del creyente, etc., etc. Pero todo esto, que es conocimiento, se va haciendo, de golpe o poco a poco, sabiduría que va generando la síntesis.

¿Y en qué consiste ese diálogo?

En la indagación lo primero que se me presenta es el sujeto, el yo a primera vista, eso que reconozco con mi nombre y apellidos. También le llamamos el ego, forjado durante largas batallas en los años vividos.

Soy aficionado a las películas de submarinos, género en desuso por cierto. Por eso a ese ego también le llamo el “puente” o centro de control, que es consciente y sabe hacer la “evaluación de daños” de los distintos objetos que percibe tanto a su alrededor como en su interior: cuerpo, sentimientos, emociones, mente (el mono).

Pero este sujeto, con todas sus percepciones, se convierte a su vez en objeto. Hay como una segunda instancia capaz de observarlo todo. Capaz de observar el sujeto que controla y que aparentemente dirige la nave, que es como se considera la persona individual.

Esa segunda instancia, en el ejemplo del sumergible, podemos ponerla en la “base” que dirige todo desde tierra, o puedo ser el espectador que está viendo la película. De hecho ha recibido y le damos cada día muchos nombres: testigo, yo soy, yo profundo, consciencia, Ser…

Descubrir en la indagación interior estas instancias, generar ese diálogo, es abrir la vida a una dimensión nueva, inédita, que supera los mil acontecimientos de la vida de nuestro submarino.

Percibirlo, darse cuenta de todo ello es fruto de lo que llamamos comprensión. A veces lo nombramos como despertar, iluminación, términos que respeto pero que no me gustan mucho porque dan a entender un proceso instantáneo, cuando, al menos en mí, es algo procesual.

Esta comprensión tiene muchas fuentes de alimentación, pero la más importante es el silencio. Allí se fragua la Presencia, se saborea el Ser, la Plenitud, la Nada, capaz de contenerlo todo. Usamos muchas palabras para designar lo descubierto porque, en realidad, no tenemos ninguna adecuada. El Tao que se puede nombrar, no es el Tao.

Lo que percibimos así no es objetivable, no es identificable. No es otro objeto accesible para el “puente”. Por mucho que me empeño no puedo verlo, no puedo observarlo. No hay lugar para ello. No es un objeto como todo lo otro. Solamente es el Sujeto por excelencia.

Y además, poco a poco, me doy cuenta de que es algo que supera a lo que he llamado primera instancia, es decir, mi ego supuestamente controlador, hacedor y protagonista de lo que ocurre. Supera mi individualidad, mi nombre y apellidos. Es decir, que es algo que se extiende, que se expande, intuyendo nuevas dimensiones que nada tienen que ver con el tiempo y el espacio. Que es común con el Todo, que apunta al UNO y que es la fuente de la compasión universal.

Y tantas cosas…

“Qué soy yo? ¿Quién quiere saberlo?”

Es verdad que soy el submarino y ojalá tenga bien organizado el mando en el puente.

Pero  dejadme volver al silencio y contemplar que soy bastante más que esto.

Soy el Mar.

Otra dimensión.

Jon Ander