Una escritora metida en un carrito de la compra y Nick Carter cantando como si odiara ser un Back Street Boy.
Me gustan los encuentros fortuitos. En teoría. Esa emoción de cruzarte con alguien inesperado en el pasillo de los yogures, como si la vida te estuviera guiñando un ojo y diciéndote: “Mira quién ha aparecido”, pero la realidad suele ser menos cinematográfica y más incómoda. Como aquella vez que vi a una escritora que admiraba. La había leído, incluso intercambiado algún mensaje en redes, y de pronto estaba ahí, dentro de un carrito de la compra empujado por sus amigos haciendo el tonto por el supermercado. No supe si el momento era genial o un poco ridículo.
Y es que el desencanto empieza muchas veces con estos pequeños encuentros con la realidad. Esa distancia entre lo que imaginamos y lo que realmente sucede.
Mi primer desencanto, o al menos el que más me impactó y el que mejor recuerdo, sucedió en 1998 en el Palau Sant Jordi. Yo estaba allí para ver en concierto a uno de mis grupos favoritos, Back Street Boys, tenía la certeza de que iba a ser una noche inolvidable y en cuanto empezaron a cantar, quise irme. El sonido era terrible, las voces no ayudaban y la emoción que esperaba sentir, simplemente no apareció. ¿Cómo era posible que lo que días antes, escuchando en un Compact Disc, me hacía vibrar y ahora que los tenía en vivo y en directo me resultara decepcionante?
Al llegar a casa me deshice de todo material fan que tenía de ellos, me compré una carpeta nueva para los apuntes y tiré a la basura aquel cartapacio forrado con fotos de la banda.
El desencanto no solo llega con ídolos. También pasa con marcas. Por ejemplo, el año pasado me gasté una buena suma de dinero en jerséis de una marca reconocida y que conozco personas que es su marca de cabecera, y cuando me llegaron a casa me los fui probando uno a uno y el patrón no me encajaba, los colores variaban bastante de la web y al tacto no eran tan gustosos. Los devolví y me desinstalé la app. Otra vez me pasó con un libro. A las 10 en punto estaba yo en la puerta de la librería el día de su lanzamiento para hacerme con él. Lo compré, me fui a casa, me preparé un café, empecé a leer y recuerdo que pensé: espero que esto mejore a lo largo de las páginas, porque de momento no está siendo lo que yo esperaba. También me ha ocurrido con un nuevo single, con películas (¿hablamos de Gladiator 2?) y hasta con aplicaciones que prometen revolucionarlo todo y acaban siendo un poco meh! Como BeReal, por ejemplo. La idea era buena: fotos espontáneas, sin filtros, sin poses. ¿El resultado? La misma coreografía de siempre, solo que en versión descuidada.
He pensado muchas veces en esto del desencanto, sobre todo cuando me recuerdan aquel concierto, o la escritora metida en un carrito de la compra, o cuando veo sobre la repisa del baño la crema hidratante de una marca que lleva 50 años en el mercado y de la que sí esperas resultados y no los hay. En fin, que, dándole vueltas a esto para poder contártelo al final, pasa lo que pasa siempre cuando me siento a escribir: que entiendo mejor todo eso que se mueve en mi cabeza.
Y con esto de las desilusiones, me he dado cuenta de que quizás el verdadero problema no sea el desencanto, sino las expectativas. Esperamos que una ciudad nos transforme, que un libro nos revuelva por dentro o nos dé respuestas, que una película nos haga sentir como la primera vez que vimos nuestro clásico favorito, que una crema nos renueve la piel o que un abrigo nos haga más interesantes.
Pero la verdad es que nada de eso nos salva.
Las ciudades son solo calles hasta que las recorres. Los libros no tienen todas las respuestas, solo más preguntas. Las películas nunca volverán a ser como la primera vez porque nosotros tampoco somos los mismos. Y una crema es solo una crema.
Tal vez el truco está en aprender a ver la belleza en lo mundano, en entender que no todo tiene que cambiarte la vida para valer la pena. A veces, la vida es solo un pasillo de supermercado y, aunque no haya música épica de fondo ni diálogos memorables, también hay algo en eso. Un guiño de la vida. O, al menos, una buena oferta en yogures.
Y si algo nos sorprende, si nos hace vibrar de verdad, que sea porque no lo vimos venir.
Tomado de https://substack.com/home/post/p-157246393?source=queue