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LA IGNORANCIA, EL VENENO ORIGINAL (Gérard Chinrei Pilet)

Los fenómenos son impermanentes e interdependientes, no tienen por lo tanto ninguna identidad propia y son, por consecuencia, semi reales. Aunque ellos, según la percepción común y convencional de las cosas, nos parecen reales, fundamentalmente carecen de sustancia y son vacíos (Ku en japonés).

Esto no es válido solamente para los fenómenos exteriores percibidos por los sentidos, sino también para los fenómenos interiores (el cuerpo, las sensaciones, las percepciones, las voliciones y la conciencia discriminante) expuestos ya por Buda bajo la apelación “los cinco agregados de la apropiación”.

Es en efecto apropiándoselos que el ignorante crea la ilusión de un yo sustancial, ilusión que es reforzada por la percepción de los fenómenos exteriores como sustanciales. Esas dos ilusiones son el origen de múltiples sufrimientos y frustraciones para el ignorante, que constata con amargura que todo aquello a lo que él se apega, un día u otro se le escapa entre los dedos, como el agua que alguien quisiera atrapar cerrando el puño.

Ya se trate de su cuerpo, de las facultades físicas, mentales, de las posesiones materiales o sociales, todo desaparece en un lapso de tiempo más o menos breve, llevado por el viento del cambio universal. Como dice Buda: “todo lo que nace está destinado a desaparecer”. Por ello en el Sutra de la gran sabiduría, el bodhisattva Kanjizai, que libera (Jizai), al dar la visión justa (Kan) de los fenómenos, imparte una enseñanza sobre la vacuidad de una profundidad incomparable, ofreciendo así a los seres humanos el medio de liberarse de la ignorancia.

Esta ignorancia (avidyâ), el tercero de los tres venenos citados por Buda junto a la avidez y el odio, es en efecto el eje alrededor del cual se articula “ese montón de sufrimiento” descrito por él en su exposición sobre la “coproducción condicionada” y, en este sentido, la ignorancia es la raíz de todo tipo de aflicciones que acompaña a aquél que se deja encerrar en la “ronda de nacimientos y muertes”.

Así, por ejemplo, si alguien comete actos perjudiciales para los demás, no es porque es malo por naturaleza, sino porque es ignorante. Evidentemente, para algunos, la maldad puede terminar volviéndose un hábito o un condicionamiento, pero esos actos no serán más que una causa secundaria, la causa original seguirá siendo la ignorancia de la naturaleza real de las cosas y de uno mismo.

Es en ese sentido que el viejo sabio griego Sócrates decía que: “nadie es malo voluntariamente”, apuntando con ello a que la maldad es la consecuencia del hecho de no estar centrado en su naturaleza real. De la misma manera, y en un sentido aún más sutil, si alguien se apega a los buenos méritos que sus buenas acciones presentes le prometen para el futuro, no es porque está apegado fundamentalmente a su futura felicidad, sino más exactamente porque ignora el hecho de que, apegándose así a las retribuciones kármicas positivas, cierra aún más el nudo que le ata al condicionamiento del samsara y a la ilusión de un “yo” sustancial que le caracteriza.

Ver las cosas a partir de esta perspectiva última, despierta en nosotros la compasión.

En lugar de juzgar de forma perentoria los actos de los demás, por terribles que fueran, y de calificar a sus autores con todo tipo de atributos, dando a entender que su naturaleza es irremediablemente mala, nosotros los consideraremos como budas que se ignoran, dejando así abierta en nuestros corazones la puerta de la compasión. Este lazo entre la visión profunda y la compasión está bien mostrado en el Sutra de la Gran Compasión por el hecho que Kanjizai, el bodhisattva de La visión justa de las cosas, es también el bodhisattva de la Gran Compasión, es decir de la compasión iluminada por la luz de la Gran Sabiduría. En estos tiempos turbulentos, donde proliferan los extremismos, las violencias o los fanatismos, es aún más esencial recordarnos estas grandes verdades impartidas por los budas y los sabios que nos han precedido.

 Gérard Chinrei Pilet (mayo del 2024)

Aportado por Antonio Arana, de Zen Navarra