Hay muchos que creen que estos tiempos no son más que un mal cuento, un mal sueño… que todo es un invento, un mal invento para asustarnos, para darnos un gran susto.
Muchos hablan de que la normalidad volverá; de que todo esto se acabará, que todo volverá a ser como antes, cuando haya vacuna para todos, cuando haya cura, cuando…
Me trae a la memoria esa canción que dice: “cuéntame un cuento y verás qué contento”.
Nos conformamos con poco. Fácilmente.
Hay quienes no quieren ver más allá de su propia situación. Los que no quieren ver… y a los que el miedo no les deja ver.
Hay a quienes les basta con poder criticar a uno u otro partido; los que creen que esto tan solo ha sido un parón, un retiro largo, un paréntesis, un tiempo de respiro… un tiempo para vivir la oportunidad de bajar de ritmo por un tiempo.
Pero para mí lo normal es lo que ocurre cada día, porque ahora más que nunca sé que no hay más que una realidad. Que es solo nuestra mente la que no deja de poner etiquetas y nombres para no sentir miedo a la incertidumbre, para no sentir impotencia ante la inseguridad…
Y empezamos a hablar de nueva normalidad. Porque lo anterior ya no nos vale.
Pero para mí nada ha cambiado y, sin embargo, lo ha hecho todo.
Los políticos, los periodistas, hablan de desescalada para hablar de tránsito a la normalidad.
Y casi nos parece normal. Casi volvemos a caer en la trampa, o por lo menos esa es a veces mi tentación. Pero sé que si me agarro a eso cometeré dos fallos. Por un lado, creer que lo vivido es tan solo un parón, algo extraordinario, fuera de lo normal… ¿anormal? Y, por otro lado, tengo la sensación de que agarrarnos a este nuevo lenguaje no deja de ser una forma de impedir, de resistirme a dejar que la vida fluya a su ritmo.
Estos días la vida no ha parado en ningún momento, en ningún sentido. Cada día amanecía, las flores han seguido creciendo, la hierba ha crecido, la tierra late aunque nosotros estemos tan enredados que no lo apreciemos.
Estos días lo más extraordinario ha sido que quizás algunos hemos podido acompasar nuestro latido al latido de la vida, y hemos sido conscientes de que tan solo silenciándonos podemos escuchar un solo latido… y quizás algunos ecos tímidos y poderosos.
Estos días hay quien ha nacido, quien se ha marchado; hay quien ha sanado y quien ha enfermado; hay quien se ha enamorado y quien se ha sentido decepcionado; hay quienes han aprendido a jugar con los niños y como los niños, tirados en el suelo; hay quienes hemos disfrutado de las sonrisas de los nuestros en la distancia, en una pantalla o en el recuerdo de la memoria.
La vida no se ha parado.
El tiempo pasado nunca vuelve.
El tiempo no vuelve.
Mañana será otro día, como pasado mañana, y el siguiente, y el siguiente…
Y cada día traerá sus nuevos quehaceres.
No hay normalidad a la que volver. ¡Como volver a la normalidad con tantas ausencias! ¡Como volver sin afrontar el pánico, el dolor y el miedo vivido en silencio, en soledad! ¡Cómo integrarlo y cómo integrar la rabia que la decepción y la impotencia han generado en quienes os habéis quedado en casa, en quienes nos ha tocado salir cada día a trabajar, en quienes se han visto sin nada entre las manos!
Hay quien ha vivido estos días como algo extraordinario, quien ha vivido agarrándose al pasado con una mano y esperando que surja el futuro normal para agarrarse con la otra mano. Pero creo que estos se han perdido el presente, el aquí y ahora, único momento que existe… un tiempo rico en experiencia en aprendizajes.
¡Una lástima!
Quizás para ellos es el lenguaje de nueva normalidad y desescalada; quizás ellos lo necesiten.
Para mí es tiempo de responsabilidad. Es momento de estar presente, como ayer, y antes de ayer….
Simone