En el siglo X, Virila era el abad del Monasterio de Leyre (Navarra). Según cuenta la leyenda, una tarde de primavera, el monje se dispuso a dar un paseo por el frondoso y abrupto bosque que rodeaba el monasterio. Paseando entre tilos y serbales, Virila llegó a una recóndita fuente, donde sació la sed. Sentado allí, mientras reponía fuerzas, comenzó a escuchar el trino de un ruiseñor que le pareció bellísimo.
Cuenta la tradición que, por aquel tiempo, Virila andaba ensimismado con algo que no llegaba a comprender bien: nada más y nada menos que el misterio de la Eternidad del Cielo y su inagotable felicidad.
Quedó prendado por el canto del ruiseñor y el tiempo que pasó fue un juego para Virila. Esa tarde de primavera le mostró el comienzo de la Eternidad.
Al salir de ese momento de contemplación, Virila inició el regresó hacia el monasterio. Por el camino comenzó a observar cambios en la naturaleza y lo mismo ocurrió al llegar al monasterio. Una vez allí nadie lo conocía y tuvieron que recurrir al archivo para descubrir que el abad Virila había desaparecido 300 años atrás.
Esta leyenda me ha llamado siempre la atención. La oí por primera vez siendo un chaval, cuando en una excursión del colegio nos llevaron a Leyre. Ese relato entonces me pareció un cuento muy bonito.
Por supuesto que por aquel tiempo, la Eternidad y el Cielo eran aspectos inalcanzables y muy lejanos para un colegial de pantalón corto.
Con el devenir de los años, las ideas, las experiencias vividas y la evolución de la fe ante los nuevos paradigmas que comenzaron a llamar a mi puerta, han hecho que el sentido de Eternidad tenga un significado nuevo para mí. En este contexto, la leyenda del abad San Virila se renueva y adquiere una dimensión de mayor profundidad.
Nuestra naturaleza más honda carece de edad, es atemporal como Dios mismo.
La vida que somos, como decimos, también es atemporal y está en el aquí y ahora.
El universo entero se encuentra dentro de nosotros, pero seguimos buscando fuera.
Yo estoy en este cuerpo, en esta forma, pero soy consciencia pura como ser infinito que está en este punto del tiempo.
El tiempo Es y nosotros nos movemos a través de él. Tiempo y movimiento son inseparables. No existe ningún movimiento excepto el instante presente. El pasado y el futuro son el eterno ahora.
Como afirmaba el poeta y místico alemán Johann Scheffer:
“Yo mismo soy la Eternidad cuando dejo atrás el tiempo para recogerme en Dios y Dios en mí”.