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EL SILENCIO ME HABLA (Simone)

Hace unos meses, junto con una amiga, aproveché cuatro días de vacaciones para acercarme hasta el monasterio de las Trinitarias en Suesa, Cantabria, y pasar allí unos días de silencio.

A pesar de mis resistencias, a pesar de los miedos que me provocó la llegada, pude darle la vuelta y disfrutar mucho. No sé bien por qué, me surgió un fuerte sentimiento de opresión, de que el lugar me constreñía, y tuve fuertes deseos de huir. No me apetecía entrar en una liturgia concreta, no me apetecían los Salmos ni hacer el esfuerzo de entenderlos. Pero el permitirme reconocer mis resistencias (ponerles nombre) y recordarme que solo vivo este instante, si estoy atenta y dejo ir los prejuicios (pasados o futuros) y con una pequeña escapada a ver el mar… quizá nada cambió, pero a la vez lo cambió todo.

Mi actitud cambió, mi mente se relajó o dejé de darle tanta importancia y, al volver de nuevo al monasterio, empecé a prestar atención a los detalles… Y las palabras “silencio” y “huésped”, que ni las había visto a mi llegada, escritas entre aquellos muros de piedra, abrieron mis ojos y mis sentidos y me ayudaron a reconocer en mí la experiencia de sentirme huésped, en mi propio cuerpo, del silencio. Y fue como si, llevada por la mano de mi anfitrión, me fuera mostrando cada rincón de nuestra experiencia, dejándome entrever la vida que se esconde en cada suspiro. Y en mí sólo quedaba callar, escuchar…

Me resulta difícil decir que el silencio me habla, parece toda una contradicción. Pero la verdad es que en el silencio descubro experiencias de vida, como si siempre hubieran estado ahí y yo estuviera despistada.

Y empecé a escuchar, y a sentir, sin buscar nada concreto, dejándome sorprender por cada detalle y sin dejar de respirar de forma consciente. Y el gozo llegó, suavemente, y me dejé poseer por él, sin hacer nada, acallando mis pensamientos… Y llegó el descanso.

Y seguí escuchando…

El silencio que desprendían las piedras del monasterio me hablaba de permanencia.

El silencio que expresa el mar en su inmensidad me hablaba de lo infinito, lo eterno… y de ese pequeño instante.

El silencio que se colaba por las rendijas, como la arena entre los dedos, hablaba de sencillez.

El silencio en los paseos por entre los árboles… se podía respirar, dentro y fuera, como una caricia.

Guardar silencio ante el mar… expande y amplifica hacia dentro, hacia afuera.

El silencio que se respiraba en la penumbra de las oraciones o que sonaba como música con aquella especie de arpa curiosa, que me trasladaba a otra época, y las voces de las hermanas… producía en mí una pausa. Una pausa en mis pensamientos que me permitía estar bien, más allá de las expresiones y de las palabras concretas.

El silencio que lo llenaba todo ante los paisajes de los acantilados de Laredo que se abrían delante de mí, apenas a cinco minutos en coche del monasterio, me ayudaba a situarme ante la belleza como regalo y puerta de acceso a un silencio que lo desborda todo…

Un silencio cómplice y contagioso, entre gestos y sonrisas, al compartir mesa y pan en las comidas con personas quizás no tan desconocidas a pesar de no identificarlas con un nombre concreto.

Un silencio que se respeta por todo, cada mañana, cuando el sol con su movimiento y nosotras con el nuestro nos recolocamos para poder volver a mirarnos en cada amanecer.

Ese silencio que invitaba a bailar y avanzar con los ojos abiertos o cerrados para contemplar el misterio, un silencio que no sabe de formas y maneras… me ayudó a transitar, como llevada de la mano, por la quietud y la paz que soy.

Quizás, sólo quizás, gracias a esa primera resistencia fui capaz de vivir esos escasos cuatro días como una oportunidad y como un regalo. Descubrí en aquellas hermanas que comparten, desde la oración, su profundidad de Ser unidas a cuanto es, otra forma… Y descubrí que no importa si es la mía o no de expresar mi fe; es “una” forma de hacerlo… No sé, estuve sin prestar atención a lo que mi yo creía que necesitaba… Y disfruté.

Y descubrí la danza contemplativa del misterio que somos. Y me gustó. Me gustó mucho.

Estas líneas quieren resumir el poso que me ha quedado.

Y lo de la foto es mi interpretación de su danza del regalo, porque esos días fueron eso, un buen regalo.

Gracias.

Simone