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EL ASUNTO DEL TESORO (Jon Ander)

“No te extrañes que, de pronto, la vida te detenga y te “siente” porque quiere hablarte y no le habías hecho caso. Y te hablará. Te recordará cosas que tal vez habías olvidado. Y te abrazará. Y en ese abrazo te dirá que solo has venido a vivir. No a pelear, ni a ganar, ni a saldar ninguna deuda. Solo a vivir.”

Así acababa Enrique Martínez Lozano su comentario sobre aquel relato evangélico del tesoro, “tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla.”

No es cuestión de estudiar o de esforzarse, no es mérito propio ni fruto de nuestros sudores. Es sencillamente “comprender”. Comprender lo que somos, Presencia, Totalidad, Uno…

Así, dice Enrique, la vida te sienta, te habla, te abraza.

Dejarse abrazar por la Vida. Para comprender.

Para descubrir nuestro tesoro, que es nuestra verdadera identidad, y descubrir igualmente la fluidez vaporosa de lo que creemos nuestro yo.

Puedo afirmar que no me resulta sencillo: es un movimiento contrario a lo que nos enseñaron y ofrecieron con tanto ahínco padres, profesores, curas, maestros. Pero he de convencerme de que no se trata de teorías y menos de creencias. Comprender es descubrir, es hallar, es dejarse deslumbrar por el tesoro que te ofrece el abrazo de la vida. Con sencillez, con humildad, en silencio, sin predicarlo, incluso sin verbalizarlo, más allá de la metáfora.

Hace poco tiempo, siguiendo la costumbre de mi familia, nos juntamos en una casa rural de por aquí las tres generaciones: hijos, padres y abuelos. En esta ocasión había una actividad especial en la casa: se trataba de una gymkana. Y decidimos dar un paseo por la pequeña localidad en que se asienta la casa, siguiendo las instrucciones que nos brindaban las distintas pistas. Todo ello en busca del “tesoro”. Así descubrimos un campo dedicado al cultivo de los pacharanes. Pronto se nos indicaba otra pista en el caño del aska, la fuente de agua que sacia a personas y animales. Más tarde encontramos otra en el frontón, que hace las veces de plaza del pueblo y supongo que escenario de actividades, fiestas y demás. Finalmente el juego nos condujo a un pequeño lago artificial que almacena agua para las necesidades del entorno. En la orilla, sombra y un par de bancos para reposar, relajarse, ¿encontrarse?

Y allí estaba la última pista que decía, ¡nada menos!, que el tesoro estaba en la casa, en la casa en que estábamos pasando el finde y de la que habíamos salido en su  busca.

El campo, los pacharanes, el agua, la plaza, la fresca y serena orilla… Todo para llegar a comprender que el tesoro estaba en casa. Y allí, efectivamente, lo encontramos y disfrutamos. Ya habíamos visto la bolsa en la casa, pero no nos llamó la atención.

Fue una metáfora que nos regaló la vida, cuando la vida nos habla.

La propina es la pequeña reflexión intergeneracional a que dio lugar.

Tesoro inagotable. No hemos de buscarlo fuera. Lo llevamos dentro.

Poco más puedo decir. Trato de comprender. El silencio ayuda, claro. Pero no es cosa de poco.

Y siguiendo con este afán de encontrarme cosas por ahí, me gustó este texto de una señora de EEUU y os lo traigo a colación:

 “Cada ola en el océano es inseparable del océano. Olear es algo que hace el océano, un movimiento que cambia constantemente y que nunca se aferra a ninguna forma particular. No hay límite real entre una ola y otra, y cada ola es igualmente agua. Ninguna ola individual puede decidir ir en una dirección distinta a aquella hacia la que el océano en su conjunto se está moviendo. ¿Es posible que todo, incluyendo lo que parecen ser «mis» decisiones independientes, sean movimientos de una unicidad sin fisuras? ¿Y podría esta unicidad ser una vibrante vivacidad, una inteligencia? ¿Y si el universo estuviera hecho de consciencia y no de materia muerta? ¿Y si la misma consciencia indivisa se manifestara como todo, representando todos los papeles, soñando todos los sueños?”                         (Joan Tollifson)

Por aquí está el tesoro. Nuestra casa rural estaba lejos del mar, pero qué buena metáfora es la ola y el mar para comprender.

Olear en la mar océana.

…Y te hablará. Te recordará cosas que tal vez habías olvidado. Y te abrazará. Y en ese abrazo te dirá que solo has venido a vivir.

Jon Ander