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LA PUERTA (Jon Ander)

He tenido una ventaja en mi vida. Durante muchos años he formado parte de un grupo de cristianas y cristianos de base con los que he compartido las alegrías, los sinsabores, las luchas, las ilusiones y las esperanzas. Y, sobre todo, he compartido la fe en un Dios personal y en Jesús que, de una forma u otra, era su encarnación en el mundo y en su historia. Y también la pertenencia a la Iglesia, aunque siempre en el alero de su tejado.

Veo esa comunidad como un lugar cálido, a veces incluso con “efecto estufa”. Es como un gran espacio luminoso con paredes todas ellas vestidas de cortinas de terciopelo rojo. Al frente, el altar con la presencia sagrada, atendido por las personas sagradas, revestido de más luz los días sagrados en los que brillan las cosas, los instrumentos, los utensilios más sagrados.

Hemos andado muchos caminos juntos: más secularizados a veces, más “piadosos” en ocasiones, incluso más contemplativos, viviendo un cierto silencio o al menos un disfrutar de la presencia de Dios y de su Cristo.

Decenas de años, en los que ha podido salir a flote mi vida.

Hace algunos años, cinco o seis, algunas y algunos de nosotros retornamos a nuestras inquietudes más secularizadas, escudriñamos los nuevos paradigmas de nuestra historia, de nuestra civilización. Os lo diré de otra forma: empezamos a buscar qué había detrás de las cortinas rojas de nuestro magnífico espacio y descubrimos que había una puerta. Y empezamos a pensar en que sería bueno abrirla. Hubo quienes dijeron que no hacía ninguna falta.

La verdad es que no encontrábamos el picaporte, o la llave, si queréis, de la puerta. Pero en una tarde de invierno fuimos casi todo el grupo a oír una conferencia de un hombre de gran prestigio que venía del otro lado del Atlántico. Y ahí encontramos la llave.

Cuando nos decidimos a abrir la puerta, encontramos fuera una luz cegadora, otro mundo, otras posibilidades.

Empezamos a comprender lo que son los mitos y los ritos. Descubrimos la debilidad de los dogmas y de los textos sagrados. La insuficiencia de la jerarquía. La inviabilidad de las normas. Muchas cosas. Comprendimos que el tiempo de las religiones, incluso de la que nosotras y nosotros asumimos durante tantos años, estaba acabado.

Renacimos a un mundo nuevo. Un mundo donde no hay profano y sagrado porque todo es sagrado. Un mundo donde todo es UNO. No tiene lugares ni espacios, ni pasado ni futuro. Un mundo en el que todo ya está, en el que todo es.

Un mundo en el que solamente hay un piso, donde conviven dioses y personas. Dicho de otra manera, en el que Dios hace parte de la única Realidad.

Analizamos despacio quiénes somos y nos fue apareciendo el lugar del cuerpo, de la mente y la afectividad, del Ser que somos.

Detrás de la puerta había muchas más cosas: aceptación, consciencia, compasión, comprensión,  rendición, silencio….  Sobre todo libertad, que es fuente de paz, de justicia y de igualdad.

Un nuevo nacimiento. Al ser humano le es posible nacer de nuevo.

¿Y quienes se quedaron dentro, quienes no salieron, la comunidad de nuestros sueños?

¿Será posible convivir, seguir compartiendo unas y otros?

Hay quienes dicen: si no aceptáis la resurrección, la divinidad de Jesús o el carácter personal de Dios, no sois cristianas o cristianos. Puede ser. Tendríamos que acordar qué es el cristianismo pero, sobre todo, ¿para qué queremos etiquetas? No las necesitamos.

La verdad es que no sé si quienes siguen dentro querrán dar pasos hacia la puerta. Por no saber, no sé si la puerta se abre hacia los dos lados o solamente hacia fuera.

Sí sé que me gustaría una comunidad, no sé si cristiana o simplemente humana, en la que podamos estar la gente de dentro y la de fuera. Con respeto, sin imposiciones, con mucho amor.  Una especie de atrio. Quizá sea el atrio de los gentiles.

Que se transite de un sitio a otro con facilidad. Sin etiquetas, por favor.

Tengo claro, por último, que no quiero, ni puedo, volver adentro, cerrar la puerta y correr la cortina. Es imposible.

Nunca podré olvidar lo que he encontrado fuera.

Ya es parte de mi nueva vida. Aunque en ella sea todavía un chiquillo.

Jon Ander