El otro día disfruté de una tarde en el museo. Fue una visita guiada, desde una mirada femenina y feminista del arte. Mirando cómo las mujeres hemos sido creadas durante la historia y cómo otras mujeres han sido silenciadas e ignoradas por intentar crear.
Fue una grata sorpresa, no recordaba el museo así; la última vez fui de cría con el colegio y el recuerdo era un poco difuso.
Paseando por las salas y escuchando descubrí, entre varios cuadros de paisajes, una frase que decía así: “No hay paisaje natural. Todo paisaje es naturaleza pasada por el filtro de la mirada humana»; y me recordó esa costumbre de poner a todo nombre, rápidamente, con la mente, como si fuera la cosa más natural del mundo, como si en realidad le diésemos identidad propia con el nombre y mientras tanto es algo casi etéreo.
Necesitamos nombrar todo cuanto existe, nos hace sentirnos seguras, seguros. Pero no somos conscientes de cuánto nos separa de esa realidad única que es la vida.
Hace tiempo leí un libro sobre cómo practicar la atención, casi como un juego, para aprender a ser atención y desaprender los viejos hábitos de estar atentas, atentos, a lo importante. Diferencia sutil entre una forma de estar, un estado de ser, y un esfuerzo a realizar en momentos, como algo de quita y pon.
El juego consistía en mirar, contemplar algo y no nombrarlo. La primera vez creo que guardé silencio una milésima de segundo; y me costó más de tres meses ponerme delante de un árbol sin nombrarlo. Poco a poco fui descubriendo que ese silencio ante los objetos me abría a la posibilidad de descubrir las formas, los colores, no solo como expresiones de misterio, sino a descubrir esa única realidad a la que pertenezco, sin separaciones, sin roturas ni abismos ni espacios distantes.
Y la consciencia y el silencio conducen también la mirada hacia adentro. Siempre he creído que nombrar lo que sentía, poner nombre, era una forma de empezar a superar aquellas cosas que nos hieren; pero quizá me equivoqué.
Dar un nombre no basta; si no miras de frente el dolor, lo aceptas y le dejas espacio, no haces mucho.
Dar un nombre no basta si no miras lo oscuro, el fondo, lo profundo… y lloras y gritas y susurras cuantas palabras sean necesarias.
No basta, pero por algo se empieza…
Y hoy sigo aprendiendo, despacio, a mirar más allá de una representación, de una palabra y ver lo que realmente hay ante mis ojos. Sigo aprendiendo a distinguir los filtros que mi mirada tiene, los filtros de mis oídos, los filtros de mis sentidos. Sigo aprendiendo a sonreír para ganar apenas un segundo más de silencio ante un objeto. Sigo aprendiendo a esperar que mis ojos se acostumbren a estas nuevas gafas, que no llevan montura ni cristales especiales… pero no dejan de mostrarme la realidad cada vez con más lucidez, a pesar de las sombras.
Simone