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A VUELTAS CON LA IDENTIDAD (Jon Ander)

La humanidad, desde siempre, le ha dado vueltas a la continuidad de la vida de las personas, a pesar de la aplastante rotundidad de la muerte.

De dar una salida digna a esas preguntas se han ocupado las religiones. Y así tienen prevista “otra vida” en otro mundo, en el segundo piso. Y con ella la resurrección.

¿Pero la resurrección de quién? En el paquete religioso se incluye, después de la muerte, volver a encontrarnos con nuestros parientes y amigos, y cada cual con su propia identidad particular. Por eso, afirman, la resurrección será en “cuerpo y alma” (como dice el canto “Con estos ojos lo veré…”)

Pero, personalmente, ahora me sitúo más allá de las religiones, tratando de encontrar y asumir la filosofía perenne, la Sabiduría recobrada, desbrozando la no-dualidad.

Y desde allí voy entendiendo, a empujones de silencio y  meditación y de encuentros de todo tipo, que con la palabra “yo” puedo referirme a cosas bien distintas.

Por ejemplo, Mónica Cavallé habla de un yo profundo y de un yo superficial que podemos llamar ego o pocoyó, como dice Fidel Delgado.

Enrique Martínez Lozano gusta de distinguir bien el estado mental del estado de presencia. Presencia es otro nombre de la consciencia.

Desde la no-dualidad, el “yo” es un conjunto indivisible, al menos en este momento de nuestra existencia. Lo forman cuerpo, mente, sentimientos y el testigo de todo ello, la consciencia, aquello que se da cuenta. La mente es el yo superficial, la consciencia el yo profundo.

Pero ¿dónde se juega, dónde reside, la identidad?

Ya sabemos que el yo superficial, la identidad que surge de él, es fruto de la memoria. Ella es la responsable de generar la sensación de que somos un yo, al menos en su versión más extendida coloquialmente.

También sabemos que, con la muerte, cuerpo, mente y sentimientos desaparecen. Pero ¿sobrevivirá el testigo, la consciencia? ¿Con alguna identidad?

Ya sé que en el silencio de la mente y todo lo que conlleva podemos acceder con un conocimiento diverso a la consciencia y que en ella encontramos el sentido del Uno, que tanto nos clarifica, en el cual nos sentimos en casa, en un lugar que es quietud y ecuanimidad.

Ya sé que, llegados allí, nuestro yo pierde toda su importancia. Que lo que yo sea queda unificado con el Todo, otro nombre del Uno.

Sé también que es allí donde se fragua la felicidad, la paz. ¿Otra Identidad, con mayúscula?

Pero ¿es que hay otra identidad más profunda que la del pocoyó?

He hecho todos estos preámbulos para plantear dos preguntas que me surgen a menudo:

La primera de ellas hace referencia a una práctica bastante habitual en algunos encuentros. Me refiero a la de amor hacia uno mismo. Enfocar nuestra capacidad de amor hacia nosotros mismos para abrirnos al amor a los demás (lo que seguramente alguna abuela decía: “la caridad empieza por uno mismo”). La cuestión es a quién dirigimos nuestro amor: si al conjunto indivisible de cuerpo, psiquismo y consciencia, o al yo de esta forma de ser, o si a la consciencia que es nuestro auténtico ser. Porque tengo serias dudas de si vale la pena ejercitarse en amar algo tan caduco.

La segunda nos es familiar con la famosa metáfora de la ola y el mar de W. Jäger: cuando nos hacemos mar y océano ¿se salva alguna identidad? ¿Nacemos de nuevo como en  un nuevo parto (Enric Benito nos habla de ello al describir el proceso de morir) o volvemos a un estado anterior, como dicen los sufíes, que creen que el recuerdo nos salva?

Esta cuestión final es más importante.

Como digo, está claro que en la profundidad de cada persona, sobre todo en el silencio, a través del conocimiento intuitivo, no mental, captamos qué “somos” y nos damos cuenta de que la Vida se juega en el Ser. Atisbamos que el Ser es Uno y Todo. Y que el Ser es consciente de sí.

Palabras todas que siempre resultan inadecuadas e insuficientes.

Este conocimiento, no mental, nos abre al misterio. El misterio es aquel reducto de lo que no logramos conocer. Nuestra consciencia actual, de limitados y presuntuosos “homo sapiens”, no da para más.

Por eso nos hemos de rendir al silencio y a todo lo que nos enseña: allí experimentamos no solamente ese otro modo de conocer, sino también otro modo de ser más allá de la caduca forma de ser de nuestro yo, tan orgulloso de su identidad “formal”.

Ese ser estará siempre a salvo, simplemente porque el Ser es lo que es (Yo soy el que soy).

Pero la forma en que es y cómo nos unificaremos en  ella… Como dice un amigo: “cuando llegue os cuento”.

¿Y la identidad?

En este blog de hoy el que hace las preguntas soy yo. No queráis que ponga también las respuestas.

Jon Ander