Dejar que calen las palabras…
Me encanta leer. Y últimamente me gusta leer todo lo que llega a mis manos sobre el silencio, el vacío, la meditación… el estado de presencia. No pretendo saber mucho ni llenar mi cabeza de conceptos. Soy además de las que creo que el saber sí que ocupa lugar y que mi mente ya tiene demasiada información.
Pero leo más bien para dejar que calen las palabras en mí. Tengo la sensación de que parecen tejer pequeñas redes con hilos invisibles, sin ningún orden determinado… como si se asociaran libremente, casi a capricho de una voz que solo ellas escuchan.
Cuanto más leo, más posibilidades tengo que algo cale hasta lo profundo y alimente o conecte con lo más hondo de mí. Cuanto más leo hay más posibilidades de que todas esas redes comuniquen los secretos que encierran y que llevan ocultos. Que se los susurren unas a otras…
Y allí, en esa profundidad donde ni mi mente ni mi ego tienen fuerza, allí donde el silencio es, transformen mis entrañas y mis sentidos… y sólo así pueda mirar con ojos nuevos y pueda escuchar sin tanta palabrería inútil como filtro.
A veces parece magia porque entiendes cosas y sabes cosas que reconoces pero de las que no eras consciente… Es como si todos esos hilos invisibles se hicieran visibles y lo que hasta entonces sólo eran palabras sueltas formaran nuevos pensamientos.
El otro día me topé con esta parábola, este cuentico que me recordó que las palabras de otros son experiencias y la vida es una… y a veces lo que se conecta en el interior, en la intimidad de una, no es lo que vino de fuera sino lo que se despertó:
«El hijo de un rey estaba tan enfermo que los doctores perdieron esperanza de que pudiera recuperarse. Un médico muy sabio vino a la corte y le explicó al rey que verdaderamente no había casi ninguna probabilidad de recuperación para el príncipe, pero que quedaba un único remedio que podría intentar como último recurso. «Aunque, honestamente, no sé si valdrá la pena decírselo, pues dudo mucho que el rey esté dispuesto a hacerlo», explicó el doctor.
El rey insistió en que haría cualquier cosa por curar a su hijo.
«Su hijo está demasiado enfermo y no puede tragar», le advirtió el doctor. «Existe una droga específica que cuesta varios miles de monedas de oro por cada botella. Si usted desea que su hijo se mejore, hay que verter sobre él toneles de esta preciosa medicina y, aunque la mayor parte de ella se va a desperdiciar, algo entrará en su boca de manera que poco a poco se va a fortalecer hasta que podrá recuperarse».
El rey dio la orden a sus sirvientes de seguir las instrucciones del doctor. Efectivamente, el príncipe se recuperó.
Nuestras almas están tan enfermas que el justo Tzadik se ve obligado a verter valiosas medicinas sobre nosotros, con la esperanza de que algo entre en nuestras almas y nos proporcione una recuperación espiritual.»
Rabi Najman (Tomado de «Likutey Moharán», su sabiduría y sus libros)
Este es el poder, o mejor la Sabiduría, de los libros que derraman sus palabras sobre nosotros. Y siempre llegan por sorpresa o proceden de ese lugar del que nada esperabas. Si voy atenta a la vida, salen a mi encuentro en susurros y siempre con la música del silencio de fondo.
Solo hay que dejar que calen en nosotros… solo dejarlas caer, como gotas de agua, como cuando llueve en primavera muy lentamente… dejarlas caer.
Y el resto es confiar, confiar y esperar, aprendiendo a escuchar, acallando la mente para escuchar otras voces.
Confiar porque la vida se reconoce… y vibra cuando se topa con ella misma, tenga la forma que tenga.
Confiar y… seguir respirando.
Simone