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LA MOCHILA (Uxue)

Mochilas… ¡Desapegarse! ¿Cómo hacerlo?

Soltar, dejar, desprenderse, desapegarse.

Desapegarse, esta palabra habla mejor de la realidad.

Mi mochila está como apegada a mí, como si fuera parte de mi propio cuerpo, como si se hubiera fundido a mis hombros y a mi espalda.

¿Soltar? ¿Cómo hacerlo?

Mi mochila está llena de bártulos que en su día parecían útiles y necesarios; cúmulos de historias y recuerdos que siempre me han acompañado; objetos relegados al olvido que pesan y queman por dentro; ideas extravagantes que me despistan; mapas que no llevan a ningún sitio; fotos de caminos que se abren a la esperanza; cosas aprendidas a lo largo de los años y en el fondo, hecho todo un barullo, un lío de cosas enmarañadas, sin forma, oscurecidas por el tiempo y por la falta de luz, relegadas al “no”.

Hay una leyenda que dice que todo aquello que, siendo real, negamos con una mentira, se disuelve hasta transparentarse, hasta desaparecer y pasa a ser el alimento con el que se nutre el ego, dejándonos una sensación de estar siempre perdiendo algo.

Quizá otros a esto lo llamarán sombra.

Pues todo eso, habita también en el fondo de mi mochila.

Y sus bolsillos se llenan con el miedo, la sensación de soledad, algunos dolores y un montón de piedras que un día me hicieron tropezar y las recogí, creyendo,  ingenuamente, que así no volvería a pasar, que no caería otra vez.

Pero vuelvo a tropezar una y otra vez, y casi como si fuera magia es con una de aquellas piedras que vuelvo a recoger una y otra vez. Quizás sería mejor dejarlas, quizás la próxima vez.

¡Soltarla! ¿Cómo?

Quizá el silencio me da pistas, pero el miedo al dolor no me deja tranquila.

Quizá si cojo cada cosa por separado, cada objeto, cada concepto y le dejo un lugar, un tiempo, lo miro con cariño, le pongo nombre, aunque pese, aunque duela y aunque queme.

Quizá si le recuerdo que sólo existe en mi mente e intento descubrir, despacio, poco a poco los hilos invisibles que unen los objetos conmigo, con mi cuerpo, con mi mochila, con otras cosas que hay en ella.

Quizá si sacudo el polvo acumulado, desenredo los nudos, dejando que suelten amarras, con otras cosas, sin amenazas ni violencia; sosteniendo cada objeto, cada cosa suavemente, para que pueda soltarse.

Y respiro hondo, no dejo de respirar.

Quizá si le digo “Te quiero” y encuentro la manera de amarla con ternura, luchando contra las resistencias, contra lo obvio de mi mente (una catarata de palabras sobre las pérdidas, la inseguridad…),  contra la locura de amar lo que se odia, de amar lo que me odia.

Y no dejar de respirar, no olvidarme de respirar, de seguir respirando.

Y quizá,  solo entonces, abrir la mano y soltar: soltar y dejar ir.

Uxue