Algunas personas dicen que la vida se asemeja a una sinfonía, con diferentes movimientos y complicadas formas musicales. Que una canción, sin embargo, es algo más corto, como una porción más pequeña de la vida, con sus estrofas y estribillo, al que se regresa una y otra vez.
No importa si la canción es o no pegadiza como las que suenan en la radio, porque no desea adherirse a la lengua de nadie. Suena para ser escuchada solamente por una persona en medio del silencio; o para ser sentida como arrullo en las noches de tormenta; o susurrada en medio de gritos y voces, a modo de faro o señal…
Otras dicen que la música es una forma especialmente sutil de hacer presente la belleza. Que es la forma de que “eso”, ese trasfondo que todas llevamos dentro, esa profundidad que nos inunda y nos sostiene… eso que somos en esencia… “eso», se haga presente tal cual es.
Dicen que la música es como una conmoción profunda, una comprensión desde lo hondo.
También hay quien dice que la música es una forma de observar, de estar en la vida. Un modo silencioso de transitar más allá del yo… Una manera de dejarnos transportar hasta el Ser… Dejarnos, darnos permiso.
Quizá pueda ser maestra de vida: enseña a mirar, a guardar silencio, a escuchar, incluso a respirar… pero es necesario prestar atención.
Dejarnos transitar por la música es permitir que todo lo demás pueda llegar a desaparecer de forma efímera, para que tan solo queden las notas, la composición, la melodía… Acceder al lenguaje de otra gente. Comunicación profunda que nos pone en contacto con lo más hondo.
En relación con lo anterior, quiero compartir algo que dice Marià Corbí en su libro “El conocimiento silencioso”.
“Hay una forma importante de silenciarse, meditar con la música: utilizarla como plataforma. La música que se escucha funciona como una especie de plataforma ya no situada en el nivel de los sujetos, los objetos, las individualidades, sino situada en el nivel de la no-cotidianidad. Desde esa plataforma se puede partir para indagar lo Real con la mente, con el corazón o con los dos a la vez.
Este uso es potente y eficaz si se sabe huir de la actitud pasiva que utiliza la música como una cuchara para remover el propio interior, los propios sentimientos siempre relacionados con deseos, temores y expectativas.
Se puede usar la música también para purificar la mente y el corazón; para estimularlos, darles potencia para adentrarse en la meditación, en la indagación, en la verificación de lo Real.
La música es, además, un potente medio para enamorarse de la dimensión sutil que expresa, que es el que es, para acrecentar el interés y el amor por esa sutil dimensión gratuita, que es la verdaderamente real; para ejercitar el desapego de todo lo que la gente valora; para silenciar nuestras preocupaciones cotidianas, nuestros deseos y temores, nuestros recuerdos y expectativas.
También puede utilizarse como objeto de concentración: en su canto, en la complejidad de su armonía, en las diversas líneas que componen la obra, en la instrumentación, en el ritmo, en el conjunto sin tiempo de la obra, en su mensaje profundo. Esa concentración silencia al yo.
En el aprendizaje del uso de la música se precisa una cierta estrategia para no caer en el uso de la música que es, básicamente, cultivar y excitar los sentimientos. Todas las formas de escucha y todas las músicas sirven, pero uno debe saber dónde está y qué pretende, si bordear los abismos o pasearse por el jardín.”
Estas palabras siguen dándome alas para seguir dejándome transportar por la música, más allá de lo conocido, de lo que puedo sujetar, siempre más allá… ampliando el horizonte.
Un horizonte que no me lleva al futuro, sino que ensancha el presente.
Simone