El pasado 24 de julio, en la semana de silencio, Joxe Arregi nos planteó hacer durante ese día un ejercicio vital de silencio contemplativo.
Nos presentó, para ayudarnos, a un hombre religioso: Thomas Merton. Un hombre capaz de iluminar nuestros enigmas, de acompañarnos y de consolar todo lo que se esconde en las sombras.
Tras la primera charla hubo un primer momento en el que me vi un poco enredada en su obra y lo sentí muy lejano: sigue hablando de Dios Padre…
Entonces volví sobre las palabras de Joxe para centrarme en su figura. Y es su vida, su biografía, lo que me llamó poderosamente la atención.
Thomas Merton fue un buscador. Necesitado siempre de algo diferente, nunca terminaba de acomodarse y parecía que nunca llegaba. Era como si en una mano llevase la lucha por una humanidad dignificada, visibilizada en paz y justicia, y en la otra el silencio y la profundidad. Las palabras escritas fueron su forma de expresar su experiencia. Descubrió, acercándose a la mística oriental, la necesidad de abrirse a lo diferente y también la necesidad de vivir reconciliado con uno mismo.
En sus obras, se decía en las charlas, intenta reflejar el diagnóstico del mal en el mundo: el odio.
Todo me dice a mí que en el fondo de la realidad está el amor. Algunos lo llaman Dios, otros vida, pero la palabra amor acoge todo ello.
Thomas Merton habla del odio como una fuerza motriz. Quizás, solo quizás, siento o presiento que no es una fuerza opuesta al amor… tan solo como si fueran dos caras de la misma moneda.
La forma de hablar del odio caló en mí con fuerza.
Se hablaba de un odio que nace del desvalimiento propio, de un sentimiento hondo y profundo de indignidad; nace de una falta total de creencia o quizás confianza en nosotros mismos… Y me situó ante las realidades que tanto he odiado, descubriendo cómo el odio genera odio, enredándonos en un pozo que parece no tener fin; que ahoga e irrita a partes iguales… y que te impide ver. Y tímidamente me situaba ante la hondura de lo que se pone en juego cuando odio, cuando odiamos.
Thomas Merton creía que hacemos daño en la medida en que no estamos reconciliados con nosotros mismos.
¡Reconciliada! Volver a conciliar, a ser una por dentro y por fuera.
Conciliada: pacificada, unida, equilibrada… ¡Volver!, porque es nuestro estado normal…
Y en el fondo de todo odio habita su primo hermano el miedo… Siempre van juntos, casi de la mano. Y ambos solapan, esconden, toda capacidad de amar. Que también es nuestra, por derecho, porque estamos hechas de esencia de amor.
Algo me cogió por dentro, una necesidad de poner luz y atención a cómo vivo, a mirar hacia adentro con una mirada de ternura y no de exigencia.
Y lo último que resaltaría de la charla fue cómo hablaba sobre la oración. Ahora que empiezo a atreverme a decir que no rezo, que solo me dejo hacer y ser silencio, en silencio… él habla no sólo de una oración que transforma nuestra forma de ser y de hacer, sino que el fondo mismo que se transforma, nuestro fondo, no deja de ser Dios.
¿Realmente, con ese lenguaje, apunta tímidamente a una experiencia de no-dos, sin luchas de voluntades? Quizás sí, pero acaso, a veces, me pierdo en las palabras y me impido vivir a fondo, limitada por el miedo que no deja de tener poder, miedo a abandonar la zona de confort.
Y me enredo en el dedo que apunta. Y me olvido del lugar fantástico al que puedes llegar más allá de la punta del dedo, de lo conocido, de lo cómodo.
Al final de sus días Thomas Merton expresaba un anhelo profundo: ”volver a casa”. Él la sitúa en Oriente, donde nació Jesús, pero yo intuyo o presiento que no queda ni tan lejos ni tan cerca… Quizás nuestra casa es ese fondo, profundo, silencioso, donde nace la quietud, a donde se llega sin caminos, atravesando brechas y oportunidades efímeras y eternas a la vez.
Thomas Merton, sin ser claramente un maestro de la no-dualidad, dirige su mirada hacia el fondo del Ser y nos invita a no dejar de buscar lo que realmente somos: amor, vida, plenitud, silencio…
Tal vez Merton solo apunta, pero apunta hacia un horizonte grande, muy grande…
Gracias.
Simone